jueves, 29 de diciembre de 2011

NUESTRA HERENCIA

HERENCIA DE LA REFORMA PROTESTANTE
En el año de 1527 Lutero fue nombrado visitador de las iglesias por su soberano, el príncipe Juan, elector de Sajonia en Alemania. Al visitar las varias congregaciones de su distrito, Lutero encontró en las iglesias una verdadera miseria espiritual. Solamente en las grandes ciudades había una instrucción religiosa tolerable. Pero en las aldeas y en el campo mucha gente, bajo el nombre de cristianos, vivían abiertamente en pecados y vicios. Todos ellos habían sido bautizados y gozaban del privilegio de la Santa Comunión, mas no habían aprendido ni aun las partes más necesarias de la doctrina cristiana.

¿Y como podían aprenderlas? Si muchos párrocos o curas eran ineptos e incompetentes para enseñar…, sin saber tan siquiera el Padrenuestro, ni el Credo, ni los Diez Mandamientos, viviendo muchos de ellos como bestias. Y ya, desde el año 1517, se les predicaba “la salvación por la fe, sin las obras de la ley”, y esto lo tomaron muchos, tanto curas como feligreses, como un permiso general para pecar más aun. Quitadas las falsas y onerosas leyes impuestas por el papa, entonces abusaban en grande escala de la libertad que le trajo el Evangelio.

Pero, preguntareis, ¿no había obispos que se cuidasen de la enseñanza y que obligaran a los curas a cumplir con los deberes de su oficio? Si, ciertamente que había obispos.

Pero desgraciadamente muchos de ellos, si bien que sabían mejor la doctrina cristiana, daban más importancia a la política, a las guerras, a la busca de riquezas que a sus deberes espirituales. No pocos de ellos aun daban ejemplos de una vida viciosa e impía, y así no ejercían verdaderamente, ni siquiera por un momento, su ministerio sagrado. Más todavía: los mismos obispos falsificaban la Santa Cena, quitando al pueblo la copa de bendición del Sacramento, e introdujeron otras doctrinas contrarias a la Palabra de Dios. Mientras tanto, ni averiguaban si la gente sabía el Padrenuestro, el Credo, los Diez Mandamientos, o cualquier otra parte de la Palabra de Dios. “¡Ah, obispos!

--exclama Lutero-- ¿Qué cuenta daréis a Cristo por el descuido ignominioso en que habéis tenido al pueblo?
¡Que el juicio no caiga sobre vosotros! – naturalmente, en aquel tiempo no había libros de instrucción religiosa, y una Biblia

Valía casi una fortuna; además, la mayoría de la gente no sabia leer.

Fue después de esta visitación de las iglesias que Lutero se puso a escribir una forma sencilla de la doctrina cristiana. A los textos ya conocidos de los Diez Mandamientos, del Credo, del Padrenuestro, añadió sus insuperables explicaciones. A todo esto adiciono las palabras de los sacramentos, también con excelentes explicaciones, enseñando lo que es el Santo bautismo y la Santa Cena según las Sagradas Escrituras, y como un cristiano debe utilizar estos dos únicos Sacramentos ordenados como medios de gracia para nuestra salvación por Dios mismo. Hizo que esta enseñanza necesaria y utilísima se imprimiera en tablas de cartón para que se pudiese colgar de la pared, sirviendo así a toda una clase. Solamente más tarde fueron estampadas estas partes principales en un Enchiridion o “libretin manual”, en el cual se hallaban también las oraciones más necesarias y la tabla de deberes de textos selectos de la Biblia. En esta forma el catecismo menor de Lutero se ha impreso en ediciones innumerables a través de mas de cuatro siglos, y traducido en muchísimos idiomas. Ha sido llamado la Biblia de los legos por lo útil que es para enseñar las verdades eternas y salvadoras de la Palabra de Dios a los niños y a personas de poca o mucha erudición.

Casi al mismo tiempo apareció un libro más extenso sobre las mismas partes principales, llamado por Lutero el Catecismo Mayor.

Al mirar la situación de la iglesia hoy en día que no es muy diferente a la iglesia de aquel tiempo, recomiendo nuevamente esta herencia de la reforma protestante, recordando las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan “Para que sean uno como tu y yo somos uno”. Y esto solo es posible si permanecemos en la Palabra de Dios.

Para concluir recuerdo la amonestación de Lutero a los pastores de la iglesia:

“Por lo tanto, velad, pastores y predicadores; nuestro cargo es muy diferente de lo que era cuando estábamos bajo el dominio del papa. Ahora es un cargo serio y saludable, y requiere más incomodidad y trabajo, más peligro y sufrimiento, y no nos asegura mucha recompensa y gratitud en este mundo. Más si trabajamos fielmente, Cristo mismo será nuestra recompensa. ¡Que el Señor de la divina gracia nos conceda esto! ¡A él solo alabemos y le demos gracias eternamente por Jesucristo, nuestro señor! Amen”

Adaptado por el Reverendo Carlos Mario Marín

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