LA MISA
Se acusa a los nuestros sin razón de haber abolido la misa. Es manifiesto (lo decimos sin jactancia) que la misa se celebra con mayor reverencia y seriedad entre nosotros que entre los oponentes. Asimismo, se instruye al pueblo con frecuencia y suma diligencia acerca del propósito de la institución del Santo Sacramento y respecto a su uso; es decir, que debe usarse con el fin de consolar las conciencias angustiadas. Así se atrae al pueblo a la comunión y a la misa. Al mismo tiempo, también se imparte instrucción en cuanto a otras doctrinas falsas acerca del Sacramento. Además, en las ceremonias públicas de la misa no se ha introducido ningún cambio manifiesto, excepto que en algunas partes se entonen himnos alemanes, junto a los cánticos latinos, para instruir y aleccionar al pueblo, ya que el propósito principal de todas las ceremonias debe ser que el pueblo aprenda lo que necesite saber de Cristo.
Se ha abusado de la misa de muchas maneras en tiempos pasados. Todo el mundo sabe que se ha hecho de la misa una especie de feria, que las misas se compraban y se vendían y se celebraban en todas las iglesias mayormente para lucrar. Estos abusos fueron criticados repetidas veces por hombres eruditos y piadosos, también antes de nuestra época. Nuestros predicadores han hablado de estas cosas, y se ha recordado a los sacerdotes la grave responsabilidad que debe pesar sobre cada Cristiano, es decir, que quien use del sacramento indignamente es culpable del cuerpo y de la sangre de Cristo. Por consiguiente, tales misas privadas y misas votivas, que hasta ahora se han celebrado por fuerza y con fines de lucro y por interés de las prebendas, han sido suspendidas en nuestras iglesias.
Al mismo tiempo se ha repudiado el error abominable según el cual se enseñaba que nuestro Señor Cristo por su muerte hizo satisfacción sólo por el pecado original e instituyó la misa como sacrificio por los demás pecados, estableciendo así la misa como sacrificio por los vivos y los muertos para quitar el pecado y aplacar a Dios. De ahí se llegó a debatir si una misa celebrada por muchos vale tanto como una celebrada por un solo individuo. El número incontable de misas tiene su origen en el deseo de obtener de Dios por medio de esta obra todo lo que uno necesita, al paso que se ha echado al olvido la fe en Cristo y el verdadero culto a Dios.
Por esta razón, como sin duda lo exigía la necesidad, se ha dado instrucción para que nuestro pueblo tuviera conocimiento del uso debido del sacramento. En primer lugar, la Escritura indica en muchos lugares que no hay sacrificio alguno por el pecado original y otros pecados fuera de la única muerte de Cristo. Porque está escrito en la Epístola a los Hebreos que Cristo se santificó a sí mismo una sola vez y así hizo satisfacción por todos los pecados (10: 10, 14). En realidad es una innovación inaudita en la doctrina eclesiástica que la muerte de Cristo expía únicamente el pecado original y no los demás pecados. Por lo tanto, es de esperarse que todos entenderán que tal error no se ha reprobado sin causa justificada.
En segundo lugar, San Pablo enseña que obtenemos la gracia ante Dios por la fe y no mediante las obras. Manifiestamente contrario a esta doctrina es el abuso de la misa según el cual se supone que la gracia se consigue mediante esta obra. Además, es bien sabido que se emplea la misa con el fin de borrar el pecado y obtener de Dios la gracia y toda suerte de beneficios. El sacerdote cree hacer esto no sólo por sí mismo, sino también por todo el mundo y por otros, tanto vivos como muertos.
En tercer lugar, el Santo Sacramento no fue instituido para hacer de él un sacrificio por el pecado - porque este sacrificio ya se ha realizado- sino con el fin de despertar nuestra fe y de consolar nuestras coincidencias, al darnos cuenta mediante el Sacramento de que la gracia y el perdón del pecado nos han sido prometidos por Cristo. Por esta razón este sacramento exige fe y sin fe se usa en vano. Puesto que la misa no es un sacrificio para quitar los pecados de otros, vivos o muertos, sino que debe ser una comunión en la cual el sacerdote y otros reciben el sacramento para sí, nuestra costumbre es que en los días de fiesta y en otras ocasiones cuando hay comulgantes presentes, se celebra la misa, para que comulguen quienes lo deseen. De modo que la misa se conserva entre nosotros en su debido uso, de la misma manera como se celebró antiguamente en la iglesia y como se puede comprobar en la Primera Epístola de San Pablo a los Corintios, cap. 11: 20 ss., y en los escritos de muchos Padres. Por ejemplo, Crisóstomo refiere cómo el sacerdote a diario estaba delante del altar, invitando a algunos a comulgar, pero prohibiéndoselo a otros. Los antiguos cánones indican que uno solo celebraba el oficio y daba la comunión a los sacerdotes y diáconos, porque así rezan las palabras del canon de Nicea: "Los diáconos en su orden deberán recibir, después que los sacerdotes, el sacramento de manos del obispo o del sacerdote". De manera que no se ha introducido innovación alguna que no existiera en la iglesia de antaño, tampoco se ha hecho cambio alguno en las ceremonias públicas de la misa, salvo que se han suprimido las misas innecesarias que se celebraban, quizás a manera de abuso, al lado de la misa parroquial. Por consiguiente, en toda justicia, esta manera de celebrar la misa no deberá condenarse como herética y anticristiana. Antiguamente, aún en los templos grandes frecuentados por mucha gente, no se celebraban misas diarias ni en los días cuando concurría la gente, ya que la Historia Tripartita en el libro 9 indica que en Alejandría los miércoles y los viernes se leía y se interpretaba la Escritura, y por lo demás se celebraban todos los oficios sin la misa.
Nuestras Iglesias han sido falsamente acusadas de abolir la Misa. Nosotros retenemos la misa y la seguimos celebrando con la más grande reverencia. Mantenemos asimismo casi todos los ritos usuales, salvo que insertamos, aquí y allí, himnos cantados en alemán sobre las partes cantadas en latín. Estos han sido agregados para la instrucción del pueblo. Ya que las ceremonias son necesarias para esto: enseñar a los que no saben lo que necesitan saber de Cristo. Y no solamente Pablo ha dicho que se debe usar una lengua entendible por la gente (1 Cor. 14,2.9) sino que también ha sido ordenado por la ley humana.
Nuestro pueblo está acostumbrado a participar del Sacramento juntos, aquellos que son dignos, y esto aumenta la reverencia y la devoción públicas. Ninguno es admitido si primeramente no es examinado. Se advierte asimismo a los fieles sobre la dignidad y el uso del Sacramento, la consolación que trae a las conciencias turbadas, para que aprendan a creer en Dios y esperar y pedirle todo lo que es bueno. Este es el culto que agrada a Dios; tal uso del Sacramento alimenta la devoción verdadera hacia Dios. No parece por lo tanto que la Misa sea celebrada entre nuestros adversarios con más devoción que entre nosotros.
Es evidente, público y notorio desde hace tiempo que las quejas de hombres buenos, que las Misas han sido profanadas y aplicadas para el sólo propósito de lucro. Este abuso se ha extendido a todas la Iglesias y templos, de tal manera que las misas se dicen solamente por estipendios y mercedes y cuántos las celebran contrariamente a los cánones. Pablo amenaza seriamente a aquellos que tratan indignamente con la Eucaristía cuando dice en 1 Cor. 11, 27: "Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpable del Cuerpo y de la Sangre del Señor." Cuando nuestros sacerdotes fueron amonestados en lo que concierne a este pecado, se suspendieron las misas privadas entre nosotros, ya que prácticamente todas las misas privadas eran celebradas por razón del lucro.
No se puede decir que los obispos ignoraran estos abusos. Si los hubieran corregido a tiempo habría hoy menos disensión. Aún más, por sus disimulaciones se han infiltrado muchos vicios y corrupciones en la Iglesia. Ahora que es muy tarde, comienzan a quejarse de los problemas de la Iglesia, mientras que estos malestares han sido originados simplemente por esos abusos que eran tan manifiestos que no podían sufrirse más. Ha habido grandes diferencias en lo que concierne a la Misa y al Sacramento. Tal vez el mundo está siendo castigado por las profanaciones a la Misa llevadas a cabo durante tanto tiempo y toleradas en las Iglesias por tantos siglos por los mismos hombres que podrían haberlas corregido. En los diez mandamientos está escrito en Ex. 20, 7: "No tomarás en vano el nombre de Jehová, tu Dios; porque Jehová no dejará sin castigo a quien toma su nombre en vano." Pero desde que existe el mundo, nada de lo que Dios ha mandado parece haberse desobedecido más que el abuso lucrativo de la Misa.
También existe la opinión que dice que lo que incrementó infinitamente las Misas privadas es la idea de que Cristo por su pasión ha hecho satisfacción por el pecado original e instituido la Misa para ofrecer por los pecados diarios, veniales y mortales. De esta afirmación ha surgido la idea común de que la Misa borra los pecados de los vivos y los muertos por el acto exterior del culto [el texto latino dice "ex opere operato"]. Comenzó luego la disputa sobre si una Misa dicha por muchos valía tanto como una Misa especial por un individuo y esto trajo esta infinita multitud de Misas.
En lo que concierne estas opiniones, nuestros maestros han alertado que se apartan de la Sagrada Escritura y disminuyen la gloria de la pasión de Cristo. Puesto que la pasión de Cristo fue una oblación y satisfacción, no solamente por el pecado original, sino también por todos los demás pecados, como está escrito en Hebreos 10, 10: “Y en la cual voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez”. Y también en 10, 14: “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”.
La Sagrada Escritura nos enseña también que somos justificados delante de Dios por medio de la fe en Jesucristo, cuando creemos que son perdonados nuestros pecados por causa de Cristo. Ahora bien, si la Misa borra los pecados de los vivos y los muertos por el solo acto ritual, entonces la justificación viene por medio de las Misas y no por medio de la fe, cosa contraria a la Escritura.
Pero Cristo nos manda en Lucas 22, 19: "haced esto en memoria de Mí". Por lo tanto la Misa fue instituida para que la fe de los que usan del Sacramento, recuerden los beneficios recibidos por medio de Cristo y de esta manera se regocijen y consuelen a sus conciencias atribuladas. Recordar a Cristo es recordar sus beneficios y darse cuenta de que realmente nos son ofrecidos. Porque no basta simplemente recordar la historia; esto también lo pueden hacer los judíos y los gentiles. La Misa debe ser usada para este fin: que la Sagrada Comunión sea administrada a los fieles que tienen necesidad de ser consolados, como dice Ambrosio: "Porque siempre peco, siempre tengo necesidad de tomar el remedio". Por lo tanto este sacramento pide la fe y es usado en vano sin fe.
Ahora bien, como la Misa es el ofrecimiento de tal Sacramento, nosotros comulgamos cada día santo. Y si alguno desea el Sacramento también los demás días, se le da a los que lo solicitan. Y esta costumbre no es nueva en la Iglesia ya que los Padres antes de Gregorio no hacen mención de Misas privadas, sino de la Misa común. Crisóstomo dice que el sacerdote está de pie diariamente ante el altar, invitando a algunos a la Comunión y negándosela a otros. Y parece verse en los antiguos cánones que algunos celebraban la Misa de la cual todos los demás presbíteros y diáconos recibían el cuerpo del Señor; y el texto de los cánones del Niceno dicen: "Que los diáconos, de acuerdo a su orden, reciban la Sagrada Comunión después de los presbíteros de manos del obispo o de un presbítero. Y Pablo en 1Cor. 11, 33: “Así pues, hermanos míos, cuando os reunáis para la Cena, esperaos unos a otros”.
Por lo tanto en lo que respecta a la celebración de la Misa entre nosotros, seguimos el ejemplo de la Iglesia, tomado de la Escritura y los Padres y confiamos en que no puede ser desaprobado, especialmente porque los ritos públicos usados hasta este momento los retenemos todos. Lo único en que diferimos es en el número de Misas ya que pensamos que los grandes abusos pueden ser reducidos por este medio. En los tiempos antiguos, inclusive en los templos más frecuentados, la Misa no se celebraba todos los días, como lo testifica la Historia Tripartita (Libro 9 cap. 33): "en Alejandría, todos los miércoles y viernes son leídas las Escrituras y los doctores las explican y todas las ceremonias se realizan salvo el rito solemne de la Comunión".
LA CONFESIÓN DE AUGSBURGO [1530]
(Traducción de la versión alemana)
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