Razones
para exhortar a los jóvenes de mi parroquia
Cuando San Pablo escribió su epístola a Tito acerca
de su deber como pastor, mencionó a los jóvenes, como una clase que requería
especial atención. Después de haber hablado de hombres y mujeres ancianas y de
mujeres jóvenes, agrega este piadoso consejo: “Exhorta asimismo a los jóvenes a
que sean prudentes” (Tito 2:6). Voy a seguir el consejo del Apóstol. Me
propongo ofrecer algunas palabras cariñosas de exhortación a los varones
jóvenes.
Yo mismo me estoy haciendo viejo, pero hay unas
cuantas cosas que recuerdo muy bien de mi juventud. Recuerdo vívidamente los
gozos, temores, las tristezas, esperanzas, tentaciones y dificultades, las
decisiones equivocadas y los sentimientos mal fundados, los errores y las
aspiraciones que rodean y acompañan la vida del joven. Si puedo decir algo para
mantener a algún joven en el camino correcto y protegerlo de las faltas y los
pecados, los cuales pueden dañar sus perspectivas en el tiempo y la eternidad,
estaré muy agradecido.
Me propongo hacer cuatro cosas:
1.
Mencionaré algunas razones
generales por las cuales los jóvenes necesitan ser exhortados.
2.
Haré notar algunos peligros
especiales contra los cuales los jóvenes necesitan ser advertidos.
3.
Daré algunos consejos generales
que ruego a los jóvenes reciban.
4.
Y estableceré algunas reglas de
conducta especiales que aconsejo encarecidamente
a los jóvenes seguir.
5.
En cada uno de estos cuatro puntos,
tengo algo que decir, y oro a Dios que lo que diga sea de bien para alguna
alma.
En primer lugar, ¿cuales son las razones generales
por las cuales los jóvenes necesitan exhortaciones especiales? Mencionaré varias
en orden.
1. En
primer lugar, el doloroso hecho de que son pocos los jóvenes, en cualquier
parte, que parecen tener algo de religión.
Hablo sin hacer excepciones; lo digo de todos. De
alta o baja posición, ricos o pobres, inteligentes o ingenuos, letrados o
iletrados, del campo o la ciudad—no hay ninguna diferencia. Tiemblo al observar
que muy pocos jóvenes son guiados por el Espíritu Santo, —que muy pocos están
en ese camino angosto que guía a la vida, —que muy pocos ponen sus afectos
(tesoros) en las cosas de arriba, —que muy pocos toman la cruz y siguen a
Cristo. Lo digo con mucho pesar; pero sabe Dios que digo la verdad.
Jóvenes, ustedes son un sector grande e importante
en la población de este país; ¿pero dónde y en que condición se encuentran sus
almas inmortales? ¡Ay!, ¡No importa a dónde busquemos la respuesta, la
conclusión será siempre la misma!
Preguntemos a cualquier fiel ministro del evangelio,
y notemos lo que nos contesta. ¿Cuántos son los jóvenes solteros con los que
puede contar para que participen de la Cena del Señor? ¿Quiénes son los más
reacios a los medios de gracia, los más irregulares en asistir a los cultos del
domingo, los más difíciles de atraer a las reuniones de oración entre semana,
los más desatentos durante la predicación? ¿Qué parte de su congregación le
causa más ansiedad? ¿Quiénes son los que le producen la mayor intranquilidad?
¿Quiénes en su rebaño son los más difíciles de manejar, los que con más
frecuencia necesitan advertencias y reprensiones, los que le ocasionan las mayores
tristezas e inquietudes, los que le mantienen en constante temor por el estado
de sus almas y que parecen ser más imposibles de alcanzar? Podemos estar
seguros de que la respuesta siempre será: “los jóvenes”.
Preguntemos a los padres de familia en cualquier
parte, y notemos lo que generalmente contestan. ¿Quiénes en su familia les dan
más dolores de cabeza y problemas? ¿Quiénes son los que necesitan más
vigilancia y los exasperan y los decepcionan con más frecuencia? ¿Quiénes son
los primeros que se desvían del camino recto, y los últimos en recordar las
advertencias y los buenos consejos? ¿Quiénes son los más difíciles de
controlar? ¿Quiénes son los que con mayor frecuencia cometen pecados notorios, deshonran
el nombre que llevan, hacen infelices a sus amigos, amargan la vejez de sus
familiares, y hacen que con dolor vayan a su sepultura? Podemos estar seguros
de que la respuesta generalmente será: “los jóvenes”.
Preguntemos a los magistrados y oficiales de
justicia, y notemos qué contestan. ¿Quiénes son los que más frecuentan los
bares? ¿Quiénes son los que menos respetan el día de reposo? ¿Quiénes son los
que forman las pandillas que son un flagelo para la sociedad? ¿Quiénes son los
que con mayor frecuencia son arrestados por borrachos, infracciones al orden
público, pleitos, robos, asaltos y delitos similares? ¿Quiénes llenan las
cárceles y penitenciarias? ¿Cuál es el sector que más requiere constante
vigilancia? Podemos estar seguros de que la respuesta será: “los jóvenes”.
Consideremos ahora la clase alta, y notemos lo que
reportan. En una familia los hijos siempre están malgastando tiempo, salud, y
dinero en egocéntricas búsquedas de placeres. En otra familia, los hijos no
siguen ninguna profesión y desperdician los años más preciados de sus vidas sin
hacer nada. En otra, siguen una profesión por decir que la tienen, pero sin dar
ninguna atención a lo que ella exige. En otra, los jóvenes siempre andan en
malas compañías, malgastando dinero en apuestas, acumulando deudas y causando
continuamente ansiedad a los que realmente los quieren. ¡Ay! ¡El rango, los
títulos, los bienes, y la educación no previenen tales cosas! A decir verdad,
muchos padres preocupados, madres con el corazón quebrantado y hermanas
afligidas, podrían contar anécdotas tristes acerca de ellos. Muchas familias
que tienen todo lo que este mundo ofrece tienen un familiar cuyo nombre nunca
se menciona—o quizás sólo se menciona con pesar o vergüenza—un hijo, un
hermano, un primo, un sobrino que hace lo que quiere y causa tristeza a todos
los que lo conocen.
Muy raramente se encuentra a una familia rica que no
tenga espinas en la carne, algo que trastorne su felicidad, que sea constante
motivo de dolor y preocupación. Y las más de las veces, ¿no es cierto que son “los
jóvenes”?
¿Y que diremos de estas cosas? Son la realidad, la
realidad palpable, la realidad que encontramos por todos lados, una realidad
que no podemos negar. ¡Qué terrible es pensar que cada vez que me encuentro con
un joven, probablemente me hallo ante un enemigo de Dios que viaja por el
camino ancho que lleva a la destrucción, no apto para el cielo! De seguro que
con tal realidad ante mí, ya no te sorprendas de que quiera exhortarte, y
tendrás que admitir que tengo razón al hacerlo.
2. En
segundo lugar, al igual que como todos los demás, el joven tendrá que enfrentar
la muerte y el juicio, aunque casi todos parecen olvidarlo.
Joven, está establecido que mueras una sola vez; no
importa lo saludable que estés, el día de tu muerte puede estar cerca. Veo a
jóvenes al igual que ancianos enfermos. Entierro cuerpos jóvenes al igual que
envejecidos. Leo los nombres de personas no mucho mayores que tú en las lápidas
de los cementerios. Aprendo de los libros que con excepción de ancianos e
infantes, mueren más personas entre los 13 y 23 años que en ninguna otra etapa
de la vida. Y sin embargo, tú vives como si estuvieses seguro de no morir.
¿Piensas que quizás te ocuparás de estas cosas mañana?
Recuerda las palabras de Salomón: “No te jactes del día de mañana; porque no
sabes que dará de sí el día” (Proverbios 27:1). Arquías, tirano de Tebas, en medio
de un banquete recibió una carta que le imploraron leyera porque era muy
importante. “¡Dejemos para mañana los asuntos serios!” exclamó a la vez que
ponía la carta debajo de un cojín. Al rato, entraron en la sala varios que
habían tramado matarlo, y lo degollaron. La carta que no leyó contenía el aviso
del complot con todos sus detalles. Mañana es el día de Satanás, pero el día de
hoy es de Dios. A Satanás no le importa lo espiritual que sean tus intenciones,
siempre y cuando les dejes para mañana. ¡Oh, no le des lugar al diablo
en esto! Contéstale: “¡No, Satanás! Será hoy, hoy”. No todos los hombres viven
hasta ser patriarcas como Isaac y Jacob. Muchos hijos mueren antes que sus
padres. David tuvo que llorar la muerte de dos de sus mejores hijos; Job perdió
a sus diez hijos en un día. Tu suerte quizás sea como la de uno de ellos, y
cuando viene la muerte, será en vano hablar del mañana, tendrás que partir ya.
¿Estas pensando que más adelante llegarás a una
etapa más conveniente para atender estos asuntos? Así lo creyeron Félix y
los atenienses a quienes Pablo predicó; pero esa etapa nunca llegó. El infierno
está pavimentado con tales ilusiones. Mejor es asegurarte de las cosas mientras
puedes. No dejes nada de lo eterno sin resolver. No te arriesgues cuando lo que
está en juego es tu alma. Créeme, la salvación de un alma no es cosa fácil.
Todos necesitamos una “grande” salvación, seamos ancianos o jóvenes; todos
necesitamos nacer de nuevo, todos necesitamos ser lavados en la sangre de
Cristo, todos necesitamos ser santificados por el Espíritu. Feliz es el hombre
que no deja estos asuntos en la incertidumbre, y no descansa hasta que tiene en
su interior el testimonio del Espíritu de que es hijo de Dios.
Joven, tu tiempo es corto. Tus días son pocos—una
sombra, un vapor, un cuento que pronto se acaba. Tu cuerpo no es de bronce.
“Los muchachos” dice Isaías, “se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y
caen” (Isaías 40:30). Puedes perder la salud en un instante: sólo basta una caída,
una fiebre, una inflamación, un vaso sanguíneo roto para que los gusanos se
alimenten de ti. No hay más que un paso entre ti y la muerte. Esta noche quizás
tu alma sea requerida de ti. Eres rápido en el camino de este mundo, y
rápidamente te irás. Toda tu vida es una incertidumbre, pero tu muerte y el
juicio sí son seguros. Tú también tendrás que oír la trompeta del Arcángel, y
presentarte ante el gran trono blanco, tú también obedecerás a la orden, que
Jerónimo[1]
decía siempre timbraba en sus oídos: “Levantaos muertos, y venid al juicio”.
“Seguramente vengo aprisa,” es la declaración del Juez mismo. Por eso, no me
atrevo a dejar de exhortarte, ni puedo dejar de hacerlo.
¡Oh que tomaras a pecho las palabras del
Predicador!: “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los
días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de
tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios” (Eclesiastés
11:9). ¡Es increíble que ante tal perspectiva alguien pudiera descuidar este
asunto y despreocuparse de él! Ciertamente que no hay peor loco que el se conforma
con vivir sin prepararse para la muerte. Ciertamente que la incredulidad del
hombre es lo más sorprendente en este mundo. La profecía más clara en la Biblia
comienza bien con estas palabras, “¿Quien ha creído a nuestro anuncio?” (Isaías
53:1). Bien dice el Señor Jesús: “Pero cuando venga el Hijo del hombre,
¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18:8). Joven, me temo que esta sea la
declaración de muchos como tú ante el tribunal celestial: “Ellos no creen”. Y
me temo que tengas que dejar apresuradamente este mundo, y despertarte para
descubrir demasiado tarde, que la muerte y el juicio son una realidad. Me temo
todo esto, y por lo tanto te exhorto.
3. Lo
que los jóvenes lleguen a ser, con toda probabilidad, dependerá de lo que son
ahora, pero ellos parecen olvidarlo.
La juventud es la semilla de lo que llegará a ser la
madurez, la etapa de moldear en el breve espacio de la vida humana, el momento
decisivo en la historia de la mente del hombre.
Por el retoño juzgamos el árbol, por la flor juzgamos
la fruta, por la primavera juzgamos la cosecha, por la mañana juzgamos cómo
será el día—y por el carácter del joven, por lo regular podemos juzgar cómo
será cuando sea adulto.
Joven, no te engañes. No pienses que puedes servir a
tus concupiscencias y placeres primero, y luego ir y servir a Dios con facilidad
después. No pienses que puedes vivir con Esaú, y luego morir con Jacob. Es una
burla tratar con Dios y tu alma en tal modo. Es una burla terrible suponer que
puedes dar la flor de tu juventud y fuerza al mundo y al diablo; y después
conformar al Rey de reyes con los desperdicios y sobras de tu corazón—con los
restos y despojos de tus fuerzas. Es una burla terrible, y a tu pesar
encontrarás que es imposible hacerlo.
Me atrevo a decir que estás confiando en un arrepentimiento
tardío. No sabes lo que haces. No estás teniendo en cuenta a Dios. El
arrepentimiento y la fe son dones de Dios, y dones que él frecuentemente niega
cuando se los han rechazado durante demasiado tiempo. Admito que el
arrepentimiento genuino nunca es demasiado tarde, sin embargo te advierto al
mismo tiempo que el arrepentimiento tardío muy rara vez es auténtico. Y admito
que un ladrón se convirtió en su última hora para que nadie pierda la
esperanza; pero al mismo tiempo te advierto que sólo uno se convirtió así y
nadie suponga que puede hacer lo mismo. Admito que está escrito, que Jesús
puede “salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios” (Hebreos 7:25).
Pero te advierto que el mismo Espíritu escribió también: “Por cuanto llamé, y
no quisisteis oír, extendí mi mano, y no hubo quien atendiese. También yo me
reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis”
(Proverbios 1:24 y 26).
Créeme que no te será tan fácil acercarte a Dios
sólo cuando a ti te plazca. Es cierto lo que ha dicho el Arzobispo Leighton:
“El camino del pecado es cuesta abajo; y nadie puede frenarlo cuando se le da
la gana”. Los deseos santos y las convicciones serias no son como el siervo del
centurión, que van y vienen según el deseo de éste; si no que son más bien como
el unicornio del que habla el libro de Job: no obedecerán tu voz, ni atenderán
a tus mandatos. Se dice del famoso general Aníbal, que cuando pudo haber tomado
Roma, hizo guerra contra ella, pero no la quiso tomar; y más adelante,
cuando quiso tomarla, no la tomó porque no pudo. Cuidado, que no te
suceda algo similar con respecto a la vida eterna.
¿Por qué digo esto? Lo digo sabiendo lo que es la fuerza
de la costumbre. Lo digo porque la experiencia me indica que el corazón de
una persona muy raramente cambia si no cambia desde joven. Rara vez se
convierte alguien en su vejez. Los hábitos tienen raíces muy profundas. El
pecado, una vez que ya lo has dejado arraigarse en ti, no se desarraigará
porque meramente lo desees. Las costumbres llegan a ser parte de tu naturaleza,
y te encadenan con cadenas triples que no se pueden romper fácilmente. Bueno
dice el profeta, “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así
también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?”
(Jeremías 13:23). Los hábitos son como piedras que ruedan cuesta abajo, cuanto
más ruedan, más rápido e incontrolable es su curso. Los hábitos, como los
árboles, se fortalecen con los años. Un muchacho puede doblar un cedro cuando
es un retoño, pero cien hombres no lo podrán sacar de raíz cuando sea un árbol
ya maduro. Un niño puede vadear el río Thames en su fuente, pero el barco más
grande del mundo puede flotar en el cuándo se acerca al océano. Lo mismo sucede
con los hábitos: cuánto más viejos más fuertes, cuanto más tiempo nos han dominado,
más difícil es librarnos de ellos. Crecen a medida que crecemos nosotros y se
fortalecen con nuestras fuerzas. La costumbre es la nodriza del pecado. Cada
nuevo acto de pecado disminuye el temor y el remordimiento, endurece nuestro
corazón, insensibiliza nuestra conciencia e incrementa nuestras inclinaciones
perversas.
Joven, quizás pienses que pongo demasiado énfasis en
este punto. Si tú vieras a hombres viejos como yo los he visto, a un paso de la
tumba, sin sentimientos, marchitos, endurecidos, muertos, fríos, ásperos como
una piedra[2] de
pulir, no lo pensarías. Créeme, no te puedes quedar inactivo en lo que
concierne a tu alma. Las costumbres, sean buenas o malas, se van cimentando
diariamente en tu corazón. Cada día, o te estás acercando a Dios o alejándote
de él. Cada año que continuas impenitente, la pared divisoria entre tú y el
cielo se hace más alta y gruesa, y el abismo para cruzar se hace más profundo y
ancho. ¡Oh, teme al endurecimiento que viene con pecar constantemente! Hoy es
el momento propicio. Mira que tu vuelo no sea en el invierno de tus días. Si no
buscas al Señor cuando joven, la fuerza de la costumbre es tal que probablemente
nunca lo busques. Esto es lo que temo, y por lo tanto te exhorto.
4. El
diablo pone especial cuidado en destruir el alma del joven, y parece ser que
éste ni cuenta se da.
Satán sabe muy bien que tú serás la siguiente
generación, por lo tanto emplea todas sus artimañas para hacerte suyo. Y no te
dejaré ignorante en cuanto a sus estratagemas.
Tú eres el que él escoge para prodigarte sus mejores
tentaciones. Extiende su red con el mayor cuidado para atrapar tu corazón...
Despliega sus mercaderías ante tus ojos con la mayor astucia para que compres
su veneno endulzado, y comas sus reposterías malditas. Tú eres el objeto de su
ataque. Quiera el Señor reprenderlo, y librarte de sus manos.
Joven, cuídate de no caer en su red. Tratará de
arrojar polvo en tus ojos para impedir que veas cómo son verdaderamente las cosas.
Quiere hacerte creer que el mal es bien, y el bien es mal. Pintará, dará
lustre, y vestirá el pecado para que te enamores de él. Deformará, calumniará y
ridiculizará la verdadera religión, para que la desprecies. Exaltará los
placeres de la maldad, pero esconderá de ti su aguijón. Levantará delante de
tus ojos la cruz y su sufrimiento, pero mantendrá fuera de la vista la corona
de la vida eterna. Te prometerá todo, como le prometió a Cristo, con la
condición de que le sirvas a él. Aun te ayudará a practicar una forma de
religión, siempre que dejes a un lado el poder de ella. Te dirá al principio de
tu vida, es demasiado temprano para servir a Dios; y al final de tu
vida, te dirá que es demasiado tarde. ¡Oh, no te dejes engañar!
Poco sabes del peligro que corres en manos de este
enemigo; y es justamente esta ignorancia que me hace temer por ti. Eres como un
ciego, caminando entre hoyos y escollos; no ves los peligros que te acechan a
tu alrededor.
Tu enemigo es poderoso. La Biblia lo llama
“el príncipe de este mundo” (Juan 14:30). Se opuso a nuestro Señor Jesús Cristo
a lo largo de su ministerio. Tentó a Adán y Eva que comiesen de la fruta
prohibida, e introdujo en el mundo el pecado y la muerte. Tentó aun a David, el
hombre a quien Dios amó, y ocasionó que el resto de sus días estuvieran llenos
de dolor. Aun tentó a Pedro, el apóstol escogido, e hizo que negara a su Señor.
¡Ten por seguro que es un enemigo que no puedes subestimar!
Tu enemigo es inquieto. Nunca duerme. Siempre
está como león rugiente buscando a quien devorar. Va y viene por toda la
tierra. Quizás seas tú descuidado con tu alma; pero él no. La quiere para
hacerla desgraciada, como lo es él, y hará todo lo posible para conseguirla.
¡Ten por seguro que es un enemigo que no puedes subestimar!
Tu enemigo es engañoso. Por casi seis mil
años ha estado leyendo un libro, y ese libro es el Corazón del hombre. Ya lo
debe conocer muy bien, y, efectivamente, lo conoce bien: todas sus debilidades,
todos sus engaños, todos sus vicios. Y tiene un depósito lleno de tentaciones
para hacerle daño. Nunca podrás ir a un lugar donde no te encuentre. Vete a la
ciudad, y allí te hallará. Vete al desierto, y allí estará también. Siéntate
entre borrachos y parranderos, y estará allí para ayudar. Escucha una predicación,
y estará allí para distraerte. ¡Ten por seguro que es un enemigo que no puedes
subestimar!
Joven, este enemigo esta trabajando arduamente para
destruirte, aunque no lo percibas. Tú eres el premio por el cual está luchando
de un modo especial. Él sabe que serás la bendición o la maldición del día, y
está tratando arduamente de apoderarse de tu corazón en tu juventud para que
puedas ayudarle más y más a adelantar su reinado. Bien sabe que echarte a
perder ahora en tus años tiernos es el modo más seguro de estropearte el resto
de la vida. ¡Oh, quiera el Señor abrirte los ojos, como abrió los del siervo de
Elías en Dotán! ¡Oh, que pudieras ver lo que Satán trama contra ti! Debo
advertirte. Debo exhortarte. Ya sea que me escuches o no, no me atrevo a dejar
de exhortarte, y no puedo dejar de hacerlo.
5. Los
jóvenes necesitan exhortación para ahorrarles sufrimientos y para que empiecen
a servir a Dios ya.
El pecado es la madre de los pesares, y ningún
pecado parece causar al hombre tantas desgracias y sufrimientos como los
pecados de su juventud. Las acciones necias que hizo, el tiempo que perdió, los
errores que cometió, las malas compañías con que se juntó, el daño que se causó
a sí mismo tanto a su cuerpo como a su alma, las oportunidades de felicidad que
despreció, las ocasiones de ser útil que desaprovechó; todas estas cosas causan
frecuentemente la amargura que siente en su conciencia el anciano, empaña el
atardecer de sus días, y llena las últimas horas de su vida con vergüenza y
auto reproche.
Algunos podrían contarte de su pérdida de salud
prematura ocasionada por los pecados de su juventud. La enfermedad hace doler
sus miembros, y vivir es un cansancio. Sus músculos se han debilitado tanto que
un insecto parece una carga pesada. Sus ojos se han oscurecido prematuramente,
y han perdido la fuerza que tenían. El sol de su salud se ha puesto cuando aún
es de día, y lloran por su cuerpo consumido. Créeme que esta es una copa amarga
para beber.
Otros podrían contarte cosas tristes de las consecuencias
de su holgazanería. Desaprovecharon las grandes oportunidades de aprender.
No adquirieron sabiduría durante el tiempo cuando sus mentes mejor podían
recibirla, y su memoria tenía la capacidad de retenerla. Y ahora es demasiado
tarde, no tienen tiempo para sentarse y aprender. Ahora si tuvieran el tiempo,
ya no tienen la misma capacidad de hacerlo. El tiempo perdido jamás se redime.
Y esto también es una copa amarga de beber.
Otros podrían contarte de algún grave error de
tomar una decisión equivocada, por lo cual sufrieron las consecuencias por
el resto de sus vidas. Quisieron salirse con la suya. No escucharon los buenos
consejos. Entablaron una relación que fue la ruina de su felicidad. Por
ejemplo, escogieron una profesión para la cual eran totalmente ineptos. Y ahora
se dan cuenta de ello. Pero sus ojos se abrieron cuando ya no pueden corregir
el error. ¡Oh, esta también es una copa amarga de beber!
Joven querido, cómo anhelo que conozcas únicamente
la satisfacción de una conciencia que no está cargada con una lista larga de
pecados juveniles. Pues éstas son las heridas que hieren en lo más profundo.
Éstas son las flechas que matan el espíritu del hombre. Éstas son la dureza que
penetra el alma. Sé misericordioso contigo mismo. Busca a Dios en tu juventud y
te ahorrarás muchas lágrimas de amargura.
Esta es la verdad que parece haber sentido Job.
Dice: “¿Porque escribes contra mí amarguras, y me haces cargo de los pecados de
mi juventud?” (Job 13:26). Y también su amigo Sofar, hablando de los malvados
dice: “Sus huesos están llenos de su juventud, más con él en el polvo yacerán”
(Job 20:11).
David también parece haberlo sentido cuando le dijo
al Señor: “De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes”
(Salmo 25:7).
Beza, el gran reformador sueco, lo sintió tan
intensamente que lo menciona en su testamento diciendo que fue una misericordia
especial que, por la gracia de Dios, fuera llamado a apartarse del mundo a la
edad de dieciséis años.
Si les preguntaras ahora a los creyentes, creo que
todos te dirán lo mismo. “¡Ojalá pudiera vivir mi juventud de nuevo!” “¡Ojalá
hubiera vivido el principio de mi vida en una manera mejor! ¡Ojalá no hubiera
formado malos hábitos en la primavera de mis años!”
Joven, si puedo, quiero ahorrarte este pesar. El
infierno mismo es una verdad que muchos conocen cuando ya es demasiado tarde.
Sé sabio a tiempo. Lo que en la juventud siembras, en la vejez cegarás. No le
des la época más preciosa de tu vida a lo que no te confortará en tu final.
Mejor siembra en rectitud: cultiva la tierra fértil, no siembres entre espinas.
Quizá el pecado no tiente tu mano o tu lengua ahora,
pero puedes estar seguro de que el pecado y tú se encontrarán tarde o temprano,
te guste o no. Las heridas viejas frecuentemente duelen y causan molestias
mucho después que han sanado y sólo se nota la cicatriz; lo mismo puede suceder
con tus pecados. Se han encontrado huellas de animales en la superficie de las
piedras que una vez fueron arena mojada, miles de años después de que el animal
que las hizo ha dejado de ser, lo mismo puede suceder con tus pecados.
“La experiencia,” dice el proverbio, “es una escuela
muy costosa, pero los necios no aprenden en otra”. Quiero que escapes las
desgracias de tener que aprender en esa escuela. Quiero evitar las desdichas
que los pecados juveniles causan. Esta es la última razón por lo cual te
exhorto.
[1] Jerónimo (345-420 d. de J.C.) – Traductor de la Biblia y
defensor del monacato.
[2] Piedra de abajo – Se usan dos piedras circulares para
moler el trigo en el molino, colocadas horizontalmente con el grano en medio,
la piedra de abajo tenía que ser más pesada a fin de aguantar el peso de la
piedra de arriba.
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