CÓMO EDUCAR A LOS
HIJOS PARA DIOS
Edward Payson
(1783-1827)
“Lleva
este niño y críamelo, y yo te lo pagaré”. Éxodo 2:9
ESTAS palabras fueron dichas por la
hija de Faraón a la madre de Moisés. Es muy probable que no sea necesario
informarle de las circunstancias que las ocasionaron. Seguramente no es
necesario decirle que al poco tiempo de nacer este futuro líder de Israel sus
padres se vieron obligados, por la crueldad del rey egipcio, a esconderlo en
una arquilla de juncos a la orilla del río Nilo. Estando allí, fue encontrado
por la hija de Faraón. Su llanto infantil la movió a compasión con tanto poder
que decidió no sólo rescatarlo de una tumba de agua, sino educarlo como si
fuera de ella. Miriam, la hermana de Moisés, quien había observado todo sin ser
vista, se acercó ahora como alguien que desconocía las circunstancias que
habían ocasionado que el niño estuviera allí. Al escuchar la decisión de la
princesa, Miriam ofreció conseguir una mujer hebrea para que cuidara al niño
hasta tener edad suficiente como para aparecer en la corte de su padre. Este
ofrecimiento fue aceptado, por lo que Miriam fue inmediatamente y llamó a la
madre a quien la princesa le encomendó el niño con las palabras de nuestro
texto: “Lleva este niño y críamelo, y yo te lo pagaré”.
Con palabras similares, mis
amigos, se dirige Dios a los padres de familia. A todos los que les da la
bendición de tener hijos, dice en su Palabra y por medio de la voz de su
providencia: “Lleva este niño y edúcalo para mí, y yo te lo pagaré”. Por lo
tanto, usaremos este pasaje para mostrar lo que implica educar a los hijos para
Dios.
Lo
primero que implica educar a los hijos para Dios1[1] es
tener conciencia y una convicción sincera, de que son propiedad de él, hijos de
él más bien que nuestros.
Nos encarga su cuidado por un tiempo, con el mero propósito de formarlos de la
misma manera como ponemos a nuestros hijos bajo el cuidado de maestros humanos
con el mismo propósito. A pesar de lo cuidadoso que seamos para educar a los
hijos, no podemos decir que los educamos para Dios a menos que creamos que son
de él, porque si creemos que son exclusivamente nuestros los educaremos para
nosotros mismos y no para él. Saber que son de él es sentir profundamente y
estar persuadidos de que él tiene un derecho soberano de hacer con ellos lo que
quiere y de quitárnoslos cuando él disponga. Que son de él y que posee él este
derecho es evidente según innumerables pasajes de las Sagradas Escrituras. Éstas
nos dicen que Dios es el que forma nuestro cuerpo y es el Padre de nuestro
espíritu, que todos somos sus hijos, y que, en consecuencia, no somos nuestros,
sino de él. También nos aseguran que tal como es de él el alma del padre y la
madre, de él es el alma de los hijos. Dios reprendió y amenazó varias veces a
los judíos porque sacrificaban los hijos de él en el fuego de Moloc (Eze.
16:20-21). A pesar de lo claro y explícito que son estos pasajes, son pocos los
padres que parecen sentir su fuerza. Son pocos los que parecen sentir y actuar
como si tuvieran conciencia de que ellos y los suyos son propiedad absoluta de
Dios, que ellos son meramente padres temporarios de sus hijos, y que, en todo
lo que hacen para ellos, debieran estar actuando para Dios. Pero resulta
evidente que tienen que sentir esto antes de poder criar a sus hijos para él,
porque ¿cómo pueden educar a sus hijos para un ser cuya existencia no conocen,
cuyo derecho a ellos no reconocen y cuyo carácter no aman?
Una
segunda implicación, muy relacionada con lo anterior de educar a los hijos para
Dios, se trata de dedicarlos o entregarlos sincera y seriamente para ser de él
eternamente. Ya
hemos demostrado que son propiedad de él y no nuestra. Al decir, dedicarlos a
él, queremos decir sencillamente que reconocemos explícitamente esta verdad o
que reconocemos que los consideramos enteramente de él y que los entregamos sin
reservas a él para el tiempo y la eternidad... Si nos negamos a dárselos a
Dios, ¿cómo podemos decir que los educamos para él?
En
tercer lugar, si educamos a nuestros hijos para Dios, tenemos que hacer todo lo
que hacemos por ellos basados en motivaciones correctas. Casi la única motivación que las
Escrituras consideran correcta es hacerlo para la gloria de Dios y tener un anhelo devoto de promoverla; y no
consideran que nada se hace realmente para Dios que no fluye de esta fuente. Sin esto, por más ejemplar que sea,
no hacemos más que dar fruto para nosotros
mismos y no somos más que una vid sin vida. Por lo tanto, tenemos que ser gobernados
por esta motivación al educar a
nuestros hijos si queremos educarlos para Dios y no para nosotros mismos. En
todos nuestros cuidados, labores y
sufrimientos por ellos, una consideración por la gloria divina debe ser el
incentivo principal que nos mueve.
Si actuamos meramente basados en nuestro afecto paternal y maternal, no
actuamos basados en un principio más
elevado que el de los animales irracionales a nuestro alrededor, muchos de los
cuales parecen amar a sus hijos con
no menos ardor ni estar menos listos para enfrentar peligros, esfuerzos y
sufrimientos para promover su
felicidad que nosotros para promover el bienestar de los nuestros. Pero si el
afecto paternal puede ser santificado
por la gracia de Dios y las obligaciones paternales santificadas por un anhelo
de promover su gloria, entonces nos
elevamos por encima del mundo irracional para ocupar nuestro lugar correcto y
poder educar a nuestros hijos para
Dios. Aquí, mis amigos, podemos observar que la verdadera religión, cuando
prevalece en el corazón, santifica
todo. Hace que aun las acciones más comunes de la vida sean aceptables a Dios y
les da una dignidad e importancia
que en sí mismas no merecen... Por lo tanto, el cuidado y la educación de los
hijos, por más insignificantes le
parezcan a algunos, deben realizarse teniendo en cuenta la gloria divina.
Cuando así se hace, se convierte en
una parte importante de la verdadera religión.
En
cuarto lugar, si hemos de educar a nuestros hijos para Dios, tenemos que
educarlos para su servicio.
Los tres puntos anteriores que hemos mencionado se refieren principalmente a
nosotros mismos y nuestras motivaciones. Pero este punto tiene una relación más
inmediata con nuestros hijos mismos. A fin de capacitarnos para instruir y preparar
a nuestros hijos para el servicio de Dios, tenemos que estudiar diligentemente
su Palabra para asegurarnos de lo que él requiere de ellos, tenemos que orar
con frecuencia pidiendo la ayuda de su Espíritu para ellos al igual que para
nosotros... Hemos de cuidarnos mucho de decir o hacer algo que pueda, ya sea
directa o indirectamente, llevarlos a considerar la religión como algo de
importancia secundaria. Por el contrario, hemos de trabajar constantemente para
poner en sus mentes la convicción de que consideramos la religión como la gran ocupación
de la vida, el favor de Dios como el único objetivo al cual apuntamos y el
disfrutar de él de aquí en adelante como la única felicidad, mientras que, en
comparación, todo lo demás es de poca consecuencia, no obstante lo importante que
de otro modo sea.
Tomado de “Children to Be Educated for God” (Los hijos
han de ser educados para Dios) en The Complete Works of Edward Payson, Vol.
III (Las obras completas de Edward Payson, Tomo III), reimpreso por Sprinkle
Publications.
________________________
Edward Payson (1783-1827): Predicador norteamericano
congregacional; pastor de la Congregational Church de Portland, ME; nacido en
Rindge, NH, EE.UU.
[1]
Educar… Dios – con esto el autor
quiere decir que debemos criar a nuestros hijos en el conocimiento de Dios,
especialmente empleando la práctica del culto familiar diario.
María Asunción Cuyás Duch
ResponderEliminarHola Carlos entré en tu blog y quise dejar un mensaje pero es imposible ya que las letras que aparecen son ilegibles.
María Asunción dijo...
Estimado Carlos, como siempre es de bendición leer tus publicaciones. Que el Espíritu Santo te guíe y acompañe en todo lo que hagas.
Bendiciones
María Asunción.-
31 de agosto de 2012 16:15
..
Siendo la hija de Faraón una total extraña para este niño y viceversa, fue movida a compasión por el!!, !!!cuanto mayor amor, compasión, favor, misericordia y entrega ah de haber en nuestros corazones por nuestros hijos!!! de cuantas peligros que les acechan en este mundo tendremos que salvarlos??? de muchos.El propósito de Dios con Moisés se cumplió, todas las circunstancias que rodearon a este pequeño tenían una finalidad. Así, Dios tiene propósitos con nuestros hijos y sus padres somos el canal que Dios usa cada día para. Somos de Dios, ellos, también lo son. Cuidemos te que ellos tengan esta convicción.
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