LA
COSECHA DEL PENTECOSTÉS CONTINÚA
El Pentecostés originalmente era una
fiesta de recolección de las cosechas,
y por eso era una
fiesta de
alegría y acción de gracias. En los
tiempos de Cristo se caracterizó como una fiesta cristiana
por la cual el Espíritu Santo se regocija en la iglesia cristiana primitiva,
recogiendo sus frutos por medio de la Palabra leída, escuchada, predicada y
enseñada. Hoy también el Espíritu Santo
sigue obrando y fortaleciendo la fe
de los corazones creyentes bendiciéndonos con los sacramentos, y es por eso que
damos gracias a Dios por el tiempo de Pentecostés.
Pues él en
su gracia obra la fe salvadora en nosotros sin ningún mérito ni colaboración
nuestra, como nos enseña San Pablo en
Efesios: Por
gracia sois salvos por medio
de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios. No por
obras, para que nadie se gloríe 2:8-9).
En la fiesta de Pentecostés conmemoramos
la venida del Espíritu Santo, y es la
fiesta que celebramos cincuenta días después de la pascua. En esta recordamos la
promesa de Dios dada
a los antiguos en el libro de Joel: Después
de esto derramaré mi espíritu
sobre todo
ser humano, y profetizarán vuestros
hijos y vuestras hijas; vuestros
ancianos soñarán sueños, y
vuestros jóvenes verán visiones. También
sobre los siervos y las siervas
derramaré mi espíritu en aquellos
días (2:28-29).
La fidelidad de Dios es perfecta y
es una realidad en cuanto a
sus promesas llenas de gracia para todos
los hombres de todas las naciones.
Pues para todas las familias incluyendo
a nuestros hijos viene el Espíritu
Santo, como ocurrió en el libro
de los Hechos: Cuando
llegó el día de Pentecostés
estaban todos unánimes
juntos. De repente vino del
cielo un estruendo como de un viento
recio que soplaba, el cual llenó
toda la casa donde estaban; y se les aparecieron lenguas
repartidas, como de fuego,
asentándose sobre cada uno de
ellos. Todos fueron llenos del
Espíritu Santo y comenzaron a
hablar en otras lenguas, según el
Espíritu les daba que hablaran.
Vivían entonces en Jerusalén
judíos piadosos, de todas las
naciones bajo el cielo. Al oír
este estruendo,
se juntó la multitud; y estaban
confusos, porque cada uno los
oía hablar en su propia lengua.
Estaban atónitos y admirados,
diciendo: —Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, los
oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?...
Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló
diciendo:
...Israelitas, oíd estas palabras: Jesús
nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios
y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos
sabéis; a este, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento
de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándolo. Y Dios
lo levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que
fuera retenido por ella... A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos
nosotros somos testigos.
Así que, exaltado por la diestra
de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha
derramado esto que vosotros veis y oís.
Sepa, pues, ciertísimamente toda
la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha
hecho Señor y Cristo.
Al oír esto, se compungieron de
corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:
—Hermanos, ¿qué haremos? Pedro
les dijo: —Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del
Espíritu Santo, porque para
vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están
lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame.
Y con otras muchas palabras
testificaba y los exhortaba, diciendo: —Sed salvos de esta perversa generación.
Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados, y se añadieron aquel
día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en
la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones (2:1-40,
versículos escogidos).
Uno de los grandes milagros de ése
día fue la
manera como Dios trajo su
palabra a través del Espíritu Santo
en diferentes lenguas a la tierra,
convenciendo al hombre de sus
pecados por la ley y también
convenciéndolo de su perdón
gratuito a través de Cristo Jesús
por el evangelio, recogiendo para la
vida eterna una cosecha de mas de
3,000 almas. Además de los
discípulos estos también eran testigos
de Cristo desde ese mismo momento;
y además de ellos nosotros hoy
somos testigos del mismo evangelio.
Podemos concluir pues que todos
nosotros somos un milagro más de Dios en su infinita gracia. Las
promesas de Jesús a sus
discípulos se dieron en esta
misma fiesta como él lo
anunció en el evangelio de
Juan: Cuando
venga el Espíritu
de verdad, él os guiará
a toda la verdad, porque
no hablará por su propia
cuenta, sino que hablará
todo lo que oiga y os
hará saber las cosas que habrán
de venir. Él me glorificará,
porque tomará de
lo mío y os lo hará saber
(16:13-14).
Jesús ve como comienza a florecer
la iglesia y aún a dar frutos, a través de su Espíritu Santo y su promesa
cumplida como consolador, como consejero, como santificador, como iluminador,
como fuente de paz y gozo. Aun nosotros por las escrituras somos testigos de
todas estas cosas, y Dios desea que motivados por amor a Cristo llevemos y
vivamos este evangelio a todas partes, y que por su Espíritu Santo todos juntos
podamos decir: Señor
vuélveme el gozo de tu
salvación y espíritu
noble me sustente. Amén.
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